Por Yésica Sagliocca (Directora de Revista Territorio) y Pablo De Rito (Docente del Taller de Ingeniería, UNAJ)
Este artículo de Territorio resume la experiencia y evolución de 10 años en el proceso de curricularización del Taller de Ingeniería. Se exploran sus objetivos iniciales, la modalidad de trabajo y las voces de estudiantes, docentes y actores involucrados que participaron de la experiencia.
Para quienes formamos parte de la Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ), las actividades de Extensión/Vinculación son una parte clave en la manera en la que entendemos la relación de la universidad con el territorio y la comunidad.
Bajo esta lógica, el Taller de Ingeniería surgió en 2011 con los inicios de la UNAJ y su intención de realizar actividades vinculadas al territorio. En este marco, un grupo de docentes de la materia Taller de Ingeniería propuso trabajar sobre seguridad en instalaciones eléctricas domiciliarias.
En un primer momento, se definió realizar una capacitación basada en la sensibilización sobre los riesgos en este tipo de instalaciones. Para ello, nodocentes de la UNAJ gestionaron el contacto con la Sociedad de Fomento Km. 26, la cual se encargó de la difusión y convocatoria, y acordaron como práctica la adecuación de la instalación de un local aislado que sería destinado a un aula para dictar el programa FinES.
A medida que el proyecto avanzó y surgieron otras experiencias de extensión, se comenzó a reflexionar sobre la manera en la que se estaba llevando a cabo el taller. Así, se concluyó que el enfoque “enciclopédico” del tema en la materia no acercaba adecuadamente a los estudiantes a la comprensión de la tecnología. Basándose en la práctica en el territorio, se modificó el enfoque, de modo que el conocimiento adquirido en clase permitiera a los alumnos y alumnas tener una visión diferente de su realidad y de las posibilidades de modificarla.
El resultado de esta reflexión concluyó en un proyecto de voluntariado que incorporó un nuevo abordaje: estudiantes con capacitación previa realizarían visitas a viviendas, sensibilizando a los habitantes sobre los riesgos en las instalaciones. Esta modalidad requerió una organización territorial muy vinculada a los vecinos, ya que era necesario un primer encuento que permitiera la visita a cada rincón de su casa.
Otro punto de quiebre para esta práctica fue la pandemia de COVID-19. Dado que esta actividad requirió un importante trabajo con actores del territorio para sensibilizar a los vecinos y coordinar la recepción de los estudiantes, surgió una variante más simple: se implementó el relevamiento de locales destinados a actividades comunitarias, como comedores, clubes de barrio o centros de fomento, para llevar adelante una propuesta de adecuación. Posteriormente, estas experiencias fueron presentadas ante docentes y compañeros, compartiendo lo aprendido en el campo.
Tras este recorrido, los participantes del proyecto tuvieron una instancia de análisis de los procesos realizados. Así, se pasó de un concepto de origen desarrollado por docentes (conocimiento), apoyado por estudiantes becarios (en doble rol de competencia técnica previa y formación en capacitación popular), hacia un proceso más integrador con estudiantes avanzados voluntarios. Finalmente, se integró una actividad en territorio, interactuando con personas con su propia interpretación de la tecnología y su relación con la vida, como parte del proceso educativo regular en el primer año de la carrera.
La mirada de los estudiantes
Uno de los objetivos de la materia era, y sigue siendo, que los nuevos conocimientos aporten a los estudiantes otras maneras de ver su realidad y, por lo tanto, nuevas herramientas para modificarla.
“Te encontrás con algo que no esperabas. Yo estaba con mis apuntes, pero el impacto visual fue tan grande que los guardé y me puse a hablar con las personas. Ves que todo se hace a pulmón y ponen mucha energía en dar el almuerzo y la merienda a los chicos del barrio. Obviamente, en una primera visión, ese lugar, técnica y legalmente, no debería estar funcionando, pero después uno cae en cuenta de que esa merienda, ese almuerzo, es lo único que comen esos chicos. Fue una experiencia fuerte que nos permitió salir de la estructura ideal y del estudio de cómo deberían ser las cosas, y pensar que, algún día, ese lugar será un espacio de trabajo. El conocimiento es una gran herramienta, pero si no se aplica donde es necesario, no sirve para nada”, relata Damián, uno de los estudiantes que pasó por el taller en 2024 y realizó su práctica en un centro comunitario de Villa Hudson.
Las organizaciones, la comunidad y el territorio
Desde su implementación, el proyecto ha cambiado la forma de relacionarse con las distintas organizaciones y la comunidad. En un primer momento, el vínculo consistía en coordinar y conocer las posibilidades de acercarse a los hogares de los vecinos y vecinas de Florencio Varela para luego realizar las visitas y prácticas.
Con el tiempo, estos encuentros y vínculos se afianzaron y ya no solo sirvieron como puente para llegar a la gente, sino que se buscó que esta relación beneficiara a ambas partes.
A través de estas visitas, los estudiantes se vincularon y conocieron las realidades de la comunidad. Pero eso no terminó ahí: se implementó una instancia de devolución. En el caso del relevamiento de sedes comunitarias, cada grupo presentó propuestas de adecuación y regresó a las organizaciones para compartir su análisis y posibles maneras de abordar sus necesidades.
En 2024, las organizaciones que abrieron sus puertas a estudiantes y docentes fueron dos: el Club Estudiantes de Varela y el Centro Cultural, Comunitario y Social Haciendo Patria de Villa Hudson.
El primero, ubicado en Ingeniero Allan, recibe a cientos de familias que cada fin de semana se reúnen para ver a sus hijos e hijas jugar al fútbol. Además de las actividades deportivas y del trabajo en el buffet, se realizan diversas actividades sociales. Cada pared levantada y cada poste de luz es el resultado del esfuerzo de toda la comunidad, esfuerzo al que se suma la UNAJ a través de este proyecto.
Por su parte, el Centro Haciendo Patria funciona desde hace siete años. En un inicio, operaba como una olla popular y actualmente no solo recibe y asiste a más de 20 familias, sino que brinda apoyo escolar y cursos de formación. El espacio que hoy ocupa también fue construido gracias al esfuerzo y la voluntad de los vecinos.
Con este recorrido y a partir de lo realizado en el Taller de Ingeniería, podemos afirmar que el proceso de aprendizaje no solo fue significativo para los estudiantes, por lo que atravesaron dentro y fuera del aula, sino que también implicó una evaluación conceptual del proyecto basada en las experiencias llevadas a cabo. Así, se ajustaron tanto la metodología de trabajo, acorde a las demandas del territorio, como los recursos disponibles para su implementación.