Por María Marino
La idea de crear talleres de Fotografía en la Universidad Nacional Arturo Jauretche de Florencio Varela nace en 2013 y está vigente hasta la fecha. Durante el período de aislamiento por la pandemia de COVID 19 trabajamos en modalidad virtual, manteniendo el espíritu que guía y motoriza: crear, producir, analizar.
Oportunamente, cuando presenté la propuesta, surgieron algunas dudas pero estuvo la decisión de probar y ver qué sucedía. Una de las motivaciones fuertes era reconocer la desigualdad que existe en los modos de acceder a los bienes culturales y que la misma no radica solo en lo material sino también en lo simbólico.
Los talleres son gratuitos y abiertos a la comunidad, dictados en una universidad pública donde no se ofrecen carreras vinculadas al arte. Situada en el conurbano bonaerense la práctica de estas actividades se constituye en un verdadero ejercicio de inclusión y aprendizaje donde conviven los lenguajes artísticos, la posibilidad de una salida laboral digna y los sueños de todes.
Los encuentros se articulan en torno a ejes poco frecuentes en relación con otros centros de enseñanza de Fotografía, caracterizados por prácticas elitistas que van desde la exigencia de poseer determinado equipo fotográfico, hasta el pago de aranceles altos, lo que determina claramente quiénes estarían “en condiciones” de aprender.
Probablemente la fotografía, al igual que otras disciplinas vinculadas al campo del arte, reproduzca la desigualdad y provoque exclusión en sectores vulnerables. En este sentido, las reglas impuestas por sectores hegemónicos para acceder a dicho conocimiento sostienen barreras materiales y/o simbólicas creadas para que la disciplina continúe siendo para un sector social privilegiado; estudié Fotografía en el exterior hace muchos años y desde ese momento hasta la actualidad he podido verificar estas afirmaciones, al mismo tiempo que surgen nuevas propuestas, que alientan la participación de toda persona que lo desee.
El resultado de los talleres a lo largo de diez años nos interpela y habilita la idea de desarrollar acciones destinadas a propiciar nuevas prácticas culturales que visibilicen problemáticas, deseos y sueños propios, donde también los sectores pobres o empobrecidos construyan sus relatos adquiriendo, posiblemente, mayores competencias para narrarse a sí mismos.
Facilitar el acceso a la práctica de ciertas disciplinas en territorios más vulnerables permite pensar en formas diferentes a las tradicionales para la circulación del conocimiento. Sin contar con equipamientos y tecnología, sin subsidios, habilitar estas prácticas se constituye en un desafío interesante y se aproxima a la idea de resistencia. La democratización de la fotografía no refiere apenas a la disponibilidad emergente de dispositivos que permitan “sacar fotos”, sino a los modos de producirla.
Asumiendo esta perspectiva creo conveniente destacar que para fotografiar no solo se necesitan cámaras y tecnología; las experiencias de vida ofrecen la posibilidad de transformar relatos plasmados a través de las imágenes, de carácter documental a veces y como expresión artística en otras ocasiones. Sin dudas, la fotografía crea puentes para reunirse y comenzar a hacer. Más tarde, muy probablemente, aparecerá la posibilidad de generar caminos diferentes para seguir creciendo.
No dejar imágenes y palabras en manos de los sectores hegemónicos como productores de verdad sería la clave. Entrenar la mirada para integrarse al mundo visual tornándose idóneos al buscar, pensar y contar lo que ocurre tal vez sea parte de fortalecer la identidad individual, contribuyendo a la colectiva en simultáneo. Asumir que el poder se ejerce y se disputa de diversas maneras, desde todos los espacios y que una de las formas de resistir es crear modos posibles de expresión, cómo se pueda y con lo que se pueda.
Por los talleres de la Universidad Nacional Arturo Jauretche han pasado estudiantes que hicieron de la fotografía una fuente de ingresos, una profesión; también hay estudiantes que recibieron premios por su trabajo, en tanto que otres desarrollan diversas actividades en los barrios o comunidades a que pertenecen, estando comprometidos con situaciones difíciles. Y están quienes asisten por el placer de hacer fotografías. Acaso la pertenencia al territorio permita leer, interpretar y difundir lo que ocurre desde una perspectiva propia, sostenida por las habilidades adquiridas para expresarse y comunicar. Llevamos a cabo una muestra fotográfica que reunió 144 obras producidas en el marco de nuestras actividades, siendo visitada por muchos vecinos de nuestro territorio.
Las mujeres han participado mayoritaria y significativamente en los talleres, cruzando experiencias, proyectos y sueños, sin restricciones de edad, ocupación o cualquier otra condición que pudiese contribuir a la exclusión de género; los resultados son de una riqueza extraordinaria, cada quien aportando sus saberes como parte del aprendizaje y en constante intercambio. Cabe destacar también el valor de su participación en los debates surgidos en diferentes encuentros, para elegir temáticas en las cuales incursionar o profundizar a través del acercamiento a la investigación fotográfica, que se trabaja en el nivel más avanzado.
Desde los talleres se facilita el ingreso al mundo de la fotografía en forma concreta y directa, trabajando en dos sentidos claros: por un lado, desmitificando cierto halo de indescifrable que la rodea y por otro, reforzando la idea de que no son los dispositivos que crean imágenes significativas, sino el resultado de las búsquedas propias y también colectivas. Y sobre todo, destrabando algunos requisitos que otros proponen como indispensables, en cuanto a cámaras con ciertas características y más.
Adhiero a la idea de la práctica fotográfica como construcción social, militante en muchos casos, construida con la suma de voluntades y materialidades, hecha con solidaridad y alegría. Me atrevo a señalar que en tiempos actuales resulta imprescindible seguir explorando modos de producción no convencionales, buscando no replicar la desigualdad.
La producción fotográfica de les estudiantes interviene activamente en la conformación de un discurso visual propio, articulando de modo contundente el relato oral y la práctica con resultados apreciables. Con diferentes cualidades técnico-expresivas y estéticas se refleja el espíritu de los talleres, respetando e incluyendo la diversidad de prácticas e identidades culturales y sus formas de creatividad.
En el vaivén de lo solitario a lo colectivo surgen imágenes destacadas, miradas inéditas sobre hechos y objetos conocidos.
Enorme cantidad de trabajos respaldan mis palabras; ensayos e investigaciones fotográficas, grupales e individuales; coberturas de eventos en la unidad académica y en espacios externos.
Para cerrar estas reflexiones voy a permitirme incluir unas palabras de quien fuera el primer fotógrafo peruano de sangre indígena, que dio voz a su pueblo y que sigue iluminando el mundo con sus imágenes
He leído que en Chile se piensa que los indios no tienen cultura, que son incivilizados, que son intelectual y artísticamente inferiores en comparación con los blancos y los europeos. Más elocuente que mi opinión, sin embargo, son testimonios gráficos. Es mi esperanza que los testigos imparciales y objetivos examinarán esta evidencia. Siento que soy un representante de mi raza; mi pueblo habla a través de mis fotografías. Martín Chambi, Viña del Mar, 1936
Acompañan algunas fotografías producidas por estudiantes de los talleres, seleccionadas en forma aleatoria.
Intentan recrear “El día que fotografiamos”, porque siempre es UN DÍA, aunque haya muchos.
Casi como decir el día que vimos por primera vez, cuando el mundo toma la medida de nuestro visor, esa lupa chiquita que lo contiene todo, hasta lo ausente. El espacio fotográfico no es acaso esto? Una profunda selección de imágenes, donde intervienen nuestros ojos y nuestro corazón. Y la razón, siempre la razón marcando ritmos temporales y sensoriales.